Darío Celis habla sobre la increíble influencia que Luis Videgaray tuvo en el gabinete peñista, lo que le ganó la antipatía de muchos.
DESDE ANTES DE iniciar el sexenio pasado, la figura de Luis Videgaray pesaba ya en el círculo cercano de Enrique Peña Nieto.
A su paso por la coordinación general de la campaña de 2012, después por la Secretaría de Hacienda y finalmente en Relaciones Exteriores, el mejor conocido como “LV” muy pronto logró ganarse la animadversión de muchos de sus colegas e interlocutores.
Reputado por su carácter altivo y soberbio, al igual que sus más cercanos colaboradores, Videgaray nunca buscó esconder la influencia intelectual y política que tuvo sobre Peña Nieto.
Más allá de sus funciones en Hacienda, siempre intentó dejar su huella en las principales decisiones que se adoptaron durante la administración pasada, como, por ejemplo, en las llamadas “reformas estructurales” adoptadas en la primera parte del gobierno anterior.
A Videgaray no se le escapaba la oportunidad para dar un consejo, casi a manera de corrección, a su superior inmediato, el Presidente de la República, a tal grado que, en muchas reuniones de trabajo, fue evidente la molestia y el sentimiento de incomodidad de Peña Nieto.
El poderío de Videgaray se expresaba de múltiples formas. Quizá la más evidente fue la exclusividad que tuvo en el uso de una aeronave destinada para sus viajes de trabajo y, en muchas ocasiones, personales.
El Gulfstream G550 de la Marina Armada de México que utilizaba desde sus inicios en la SHCP era sistemáticamente negado a cualquier otro funcionario que osara solicitarlo, pues, por órdenes del “Jefe LV”, nadie más tenía derecho a volar en él.
Así, mientras otros miembros del gabinete hacían malabares para encontrar una aeronave oficial para poder cumplir con sus giras de trabajo, el funcionario disfrutaba de la autonomía de un G5 para acudir a reuniones tan cercanas, como la Convención Bancaria en Acapulco.
La más evidente de sus diferencias dentro del equipo de trabajo de Peña Nieto fue con el entonces secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, con quien la aspiración común de alcanzar la candidatura presidencial, provocó uno de los enfrentamientos políticos más fuertes del sexenio anterior.
Sin embargo, el distanciamiento ocurrió con prácticamente todos sus colegas.
Hoy Videgaray se encuentra refugiado en Boston, en la costa Este de Estados Unidos, olvidado por sus compañeros de gabinete, a muchos de los cuales traicionó sin ninguna consideración para salvar su pellejo.
Vive en la totalidad austeridad, más molesto que preocupado por todo lo que dice el gobierno de Andrés Manuel López Obrador de él y de su gestión. Molesto por la mala imagen que se le ha creado y que, dice, lastima sobre todo a sus hijos, a quienes tiene por temporadas en Massachusetts.
Mientras tanto el Gulftream G550 yace hoy guardado en el hangar de la Marina en el aeropuerto Benito Juárez de la CdMx.
Atrás quedaron los años dorados en los que un avión esperaba a Videgaray en la puerta de un hangar para volar a cualquier punto del planeta, si ése era su antojo.
Su futuro es incierto y nada más le quita el sueño que imaginar que ese mismo avión pudiera esperarlo algún día para regresarlo a México… contra su voluntad.