Por Yasna Mussa / The Washington Post
Yasna Mussa es corresponsal y reportera freelance en Chile, además de cofundadora de revistalate.net y mediambiente.cl.
En marzo de 2022, el actual presidente de Chile, Sebastián Piñera, deberá entregarle la banda presidencial a Gabriel Boric, uno de los líderes de la generación que puso en jaque su primer gobierno, junto a decenas de dirigentes del movimiento estudiantil de 2011 que hoy son protagonista en todas las esferas de la política nacional. Un cambio acorde a los tiempos que enfrentamos y que, después de meses turbulentos, parece retomar el cauce coherente de una sociedad que pidió cambios en las calles y se atrevió a coronarlos en las urnas.
Hasta el último momento parecía imposible que no se cumpliera la tendencia histórica en que el candidato más votado durante la primera vuelta, en este caso José Antonio Kast con el 28% de los votos, ganase también el balotaje. Se esperaba una segunda vuelta estrecha e incluso, cuando el candidato de la extrema derecha asistió este domingo a su lugar de votación, aseguró que recurriría al tribunal electoral si la diferencia con su contrincante era igual o menor a los 50,000 votos. A esa hora del día, Kast no tenía cómo adivinar que Boric, el candidato de la izquierda, no solo se convertiría con 35 años en el presidente más joven en la historia de Chile, sino que además sería el más votado con 55.8% de los sufragios, lo que equivale a 11.8 puntos porcentuales de ventaja.
Una cifra récord que parecía imposible cuando la diputada Pamela Jiles, quien durante su primer período compartió filas con Boric en el Frente Amplio, lo desafió poniendo en duda su capacidad política. Los jóvenes salieron a las calles como en tantas otras ocasiones a convencer, hablar de su proyecto y reunir las firmas que necesitaban para inscribir la candidatura.
Una vez inscrito, Boric tuvo que comenzar a combatir una guerra sucia enmarcada en golpes bajos, ninguneos y sobre todo bulos y desinformación que no hicieron más que profundizar la sensación de que se trataba de una elección polarizada, aun cuando el programa del candidato de la izquierda ha sido calificado como socialdemócrata por especialistas y analistas.
Durante el último debate presidencial por la televisión, a gran parte de las ideas enunciadas por el ahora presidente electo, Kast respondió con un ataque personal en su contra. “Que la esperanza le gane al miedo”, repetía Boric, convirtiendo la frase en un lema que luego la expresidenta Michelle Bachelet repitió en un guiño claro de respaldo, resumiendo el tono de una campaña diáfana, con un mensaje más centrado en la alegría que en fantasmas del pasado, vanguardista y con propuestas de cara al futuro. El espíritu colectivo que proyectó Apruebo Dignidad, más allá de los impases entre los partidos que lo componen y sus propios conflictos internos, fue lo opuesto al discurso anclado en el pasado, enfocado en el miedo —al comunismo, a la izquierda, al cambio, a lo que fuere— y en caricaturas que no se sostenían por sí mismas.
Lo de la noche del domingo 19 de diciembre marca un precedente y da luces de lo que puede conseguir la izquierda, a menudo fragmentada y con ausencia de proyectos comunes, cuando se une pese a sus diferencias. El cambio de estrategia que asumió el comando de Boric a la mañana siguiente de la primera vuelta, los liderazgos de mujeres como Izkia Siches, expresidenta del Colegio Médico, o el respaldo de la expresidenta Bachelet; el compromiso político de partidos de la ex Concertación que se pusieron a disposición, e incluso el llamado de jóvenes que en otras ocasiones alentaron a boicotear las elecciones, resultó imponerse como una defensa organizada del bien común y del sentido republicano, los cuales siempre han caracterizado a las elecciones populares chilenas y cobran mayor sentido luego de dos años de crisis social y política. La generosidad se impuso a las discusiones mezquinas que reinaron durante los primeros meses de campaña y se reflejó en las urnas al convertirse en las elecciones con mayor participación en la historia reciente de Chile, desde que el voto comenzó a ser voluntario en 2012.
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La defensa por la democracia estuvo presente también en cada ciudadano o ciudadana que salió en sus propios autos para revertir la ausencia de transporte público, trasladando a vecinos y peatones que esperaban ejercer su voto y que por una mala organización del gobierno —que más temprano que tarde tendrá que salir a dar explicaciones— no consiguieron subirse a un bus, permaneciendo incluso horas en los paraderos atestados de gente.
Al final del día, cuando más de la mitad de las mesas se habían contabilizado, la gente comenzó a llenar la Alameda en Santiago. Más tarde, caminando entre el público y saltando una barrera, Gabriel Boric Font subió al escenario para pronunciar un discurso emotivo, con un ligero cambio en su tono de voz, más pausado y maduro. En esa escena se reflejaba por completo su épica, la que radica en una nueva forma de hacer las cosas: un presidente joven, que reconoció errores, pidió disculpas y se mostró vulnerable para poner sobre la mesa temas tan importantes como la salud mental. Pero sobre todo, este 19 de diciembre no ganó solo un pacto político, sino toda una generación que venció traumas, se atrevió a innovar y defender sus ideas, logrando que la unidad en contra del fascismo fuese más fuerte que el miedo y el cálculo político de cada partido.
Tomado de https://www.washingtonpost.com/es/