The Washington Post
Natalia Beristain es directora mexicana de cine, ‘RUIDO’ es su película más reciente.
¿Cómo empezar un texto para explicar por qué quise hacer una película que a mí misma me tomó tanto tiempo decidirme a abordar? ¿Cómo vaciar en unas cuantas líneas que el miedo y el dolor que me generaban adentrarme en una historia así son exactamente los mismos motores por los que quise contarla?
RUIDO ha sido un proyecto que me ha acompañado en el inconsciente desde hace más de 10 años. La primera vez que pensé en hacer una película sobre lo innombrable (eso que no tiene palabra para nombrarse: el estado-dolor en el que una madre-padre se queda al morir-desaparecer su hijx)fue en el 2006, cuando aún estudiaba cine y mi madre, la actriz Julieta Egurrola, estaba en Congelados, obra de teatro donde interpretaba a una mujer que había perdido a su hija de 10 años. En ese momento el plan de dirigir a mi madre me abismaba y lo dejé pasar, pero la idea se sembró.
Concreté este deseo en la cinta Pentimento, donde ella interpretaría a una actriz a punto de estrenar una obra pero comienza a descubrir que la memoria le falla. Eso era territorio conocido, éramos ella y yo hablando de la actuación. Quedaba pendiente para mí adentrarnos en territorios inexplorados para ambas. Tuve que pasar por dos proyectos cinematográficos muy personales para atreverme a entrarle de lleno a RUIDO, entender que es una película retadora en diversos sentidos y que me convoca a replantear mi papel como directora.
Hasta ahora me he sentido cómoda transitando de un proyecto pequeñito como No quiero dormir solaa algo mucho más grande y complejo como una película de época con Los Adioses. Pero RUIDO (disponible en Netflix el 11 de enero de 2023) es otra cosa, me interesaba que fuera otra cosa. Apropiarme de la narrativa de una película que busca sí, una vez más, pero ya con total conciencia de mi parte, ser protagonizada por una mujer —o muchas— y con ello lograr darle la vuelta al discurso oficial; ese que dice que la historia la escriben los que ganan. Porque ¿quién gana en un país en el que las cifras denuncian que en promedio 11 mujeres son asesinadas diariamente por ser mujeres?
Decidí utilizar la mirada de Julia como protagonista para adentrarnos en este México profundamente violentado y contrastante. Ese país que lleva todo este siglo sumergiéndose en una barbarie tan inexplicable como el hecho de que una madre o padre viva en estado de duelo suspendido. Utilizar su mirada para recorrer el territorio nacional —cualquier rincón de este, por desgracia— y usarla para abrir un diálogo entre los distintos Méxicos. Entender a través de Julia que eso que le pasó a Ger, su hija, es algo que nos puede pasar a cualquiera en la emergencia nacional que nos hemos acostumbrado a vivir.
Dice Rita Segato, antropóloga y feminista argentina, que estamos en una sociedad que nos acostumbra a convivir con el sufrimiento del otrx, con la devastación y la crueldad. La pedagogía de la crueldad, dice, es la manera de crear nuevas formas de ser persona. Formas violentas de ser personas.
Pero entonces, ¿qué nos toca hacer como sociedad para contrarrestar estas narrativas? ¿Qué me siento convocada a hacer yo, madre y directora de cine, para cambiar esta narrativa del horror cotidiano en el que México cuenta más de 100,000 personas desaparecidas?
La respuesta es ubicar cuál es mi territorio (el cine), y desde ahí asumir y confiar en su poder transformador. Tener la certeza de que es importante hablar de estos temas para abrir preguntas y buscar cambiar las narrativas que nos quieren vender como únicas: esas que el gobierno (sin importar de qué administración) institucionaliza con terminologías como la guerra contra el narco o la de que si algo les pasó es porque andaban en malos pasos. Esas narrativas que aspiran a que el discurso sea unidimensional, difumine la responsabilidad y, al final, recaiga sobre las víctimas.
Un segundo reto en RUIDO fue abordar la problemática en distintas capas. Por un lado, es la travesía de una madre en la búsqueda de su hija desaparecida; en medio de ese viaje dantesco, encuentra la posibilidad de paliar su dolor al hacer comunidad con mujeres que, aunque están atravesadas por distintos contextos y/o luchas, son capaces de tejer redes entre ellas.
En el extremo opuesto, casi como antagonistas, están las instituciones y las fuerzas armadas con su manera corrupta e indolente de operar ante estos temas; pero también con la idea de que la gente que ahí habita es el pueblo mismo vestido de uniforme.
Estas capas piden reconocer que los planteamientos también tienen aristas, como lo dijo la escritora y periodista Leila Guerriero: “Mostrar a las víctimas como víctimas perfectas, casi angelicales, es casi como revictimizarlas, es mostrarlas sin sus maravillosas contradicciones, que no las hace menos víctimas […]. Lo mismo pasa con los victimarios: mostrarlos como monstruos es facilísimo, el problema es que se camuflan”.
En el caso de RUIDO, esta confrontación entre el Estado y la ciudadanía no es otra cosa que una excusa para buscar una nueva narrativa. Una que surja de la visión de lxs vencidxs.
Se dice que frente a las desapariciones son los perpetradores los que ganan; ganan al desaparecer físicamente a una persona y ganan cuando los familiares pierden ante la embestida de la impunidad. Con RUIDO pretendemos ganar una batalla en la lucha contra la desaparición al acompañar y reconocer que son esas mujeres (madres, hermanas, esposas, hijas) las que han estado al frente de esta incansable búsqueda.
De ahí que para esta película me interesara ver, conocer y escuchar en primera persona a las mujeres que habitan estos contextos en su realidad y no solo desde el privilegio de la ficción. Esto dio como resultado que el acercamiento con colectivas de búsqueda iniciara con la intención de documentar, sensibilizarnos y comprender mejor ese universo, pero terminara convirtiéndose en una convocatoria para que Voz y dignidad por los nuestros (San Luis Potosí) y Buscándote con amor (Estado de México) participaran a cuadro.
A esta participación se sumaron la activista Kenya Cuevas y la poeta Jimena González, que desde sus contextos aportan a RUIDO y nos hablan sobre el poder de lo colectivo.
Aunque la investigación para este proyecto ha sido profundamente dolorosa, cosecha sentido y valor: logramos quitarnos ese velo que la normalización de la violencia ha puesto sobre nuestra mirada. Este mero ejercicio artístico nos ha devuelto la esperanza, una que solo se encuentra al voltearnos a ver y hacer comunidad, al reconocernos en la otra o en el otro. Es recordarnos que no estamos solas.