Desaparición forzada muestra que México es una sociedad enferma: Tania del Río

Las rastreadoras son madres, abuelas que se hacen cargo de los nietos y
sustento de las familias, pero, además, se dan tiempo para buscar a sus hijos o esposos
desaparecidos porque nadie más los quiere buscar, expone Tania del Río, autora del libro
“Las rastreadoras. Mujeres sabueso en el infierno de un país que siemb Por Redacción El Economista

La desaparición forzada en México es un síntoma de que somos una sociedad enferma y
como en las demás enfermedades hemos dejado a las madres y esposas la tarea de cuidar
al paciente. Como hay una silla vacía en sus hogares han tomado una pala, un zapapico o
una varilla para salir a buscar, algunas han perdido la esperanza de encontrar una persona
viva, buscan un cuerpo. Por eso se han convertido en rastreadoras que ban buscando
muerte, plantea Tania del Río.

La autora del libro Las rastreadoras. Mujeres sabueso en el infierno de un país que
siembra cuerpos
, editado por Aguilar-Ideas, expone en entrevista que muchas de ellas
son madres, abuelas que se hacen cargo de los nietos y son sustento de las familias, pero
además se tienen que dar tiempo para buscar a sus hijos.

Comparte algunas ideas plasmadas en este libro que reúne crónicas, testimonios, datos
duros y relatos de indignación y un asomo a lo que representa salir a buscar a una persona
desaparecida teniendo el futuro roto.

¿Qué tanto se ha podido contar la historia de las personas víctimas de desaparición
forzada en México y de quienes las buscan?

—Se ha abordado poco y los pocos medios que le han dado cobertura han sido más de
una manera como nota caliente. Siento que no se ha logrado del todo exponer la situación en la que se está.

Estamos ante un fenómeno de crisis humanitaria. Nuestro Estado de derecho se ha visto
afectado, no solamente con la militarización del país, el aumento de organizaciones
criminales, reorganización de los carteles… Todo esto nos ha ido constriñendo como
población en general. Prueba de ello es el desplazamiento de comunidades enteras por
violencia.

—¿Qué tan bien se ha podido hacer saber de esas historias de mujeres buscadoras?

—No se ha podido hacer bien. Salvo si consultas el sitio.

haciadondevanlosdesaparecidos.org que son un grupo de periodistas que se la han rifado,
fuera de eso no se ha logrado contar lo que están viviendo estas mujeres.

Son personas que están en un blanco absoluto porque primero les falla el Estado a la hora
de que desaparecen a un ser querido, luego les falla porque no buscan a las personas
desaparecidas.

A ellas no les queda más que salir a buscar.

Muchas de ellas son madres, abuelas que se hacen cargo de los nietos y son sustento de
las familias, pero además se tienen que dar tiempo para buscar a sus hijos. Son gente que
han hecho escudo con su cuerpo.

No se les ha reconocido que son sobrevivientes. Es increíble la barbarie a la que se
enfrentan cada día: asesinato, omisión. La mayoría, de ser amas de casa se han convertido
en rastreadoras de muerte. Muchas de ellas ya han sido amenazadas.

Hay un capítulo en el libro que se llama “Desaparecer buscando” en donde hablo de
aquellos que ya no están con nosotros porque precisamente buscando los ultimaron.
No se ha dado el reconocimiento de cómo es buscar a un ser querido desaparecido.
Ha faltado vinculación entre las organizaciones, simplemente al hacer los registros en los
Semefos, panteones, fosas comunes y de personas vivas en centros de atención a
adicciones o salud mental.

Nos hace falta mucha sensibilidad hacia estas mujeres buscadoras. Luego empezamos a
escuchar que a quienes buscan les pasó eso fue porque andaban en malos pasos. Como si
los criminales no tuvieran derecho.

Hay historias como Sandra Luz a quien un funcionario de la Procuraduría le dijo es que su
hijo traía dólares. Eso no quiere decir que por eso no tiene derecho a ser buscado.
Ser desaparecido a cualquier a le puede pasar. Hay el caso de una señora en Veracruz, que
en la época del gobernador Javier Duarte, le levantaron a su mamá y a su hija. Y ahí anda
buscándolas.

—Hay temas que, por lo crudo, lo tormentoso, lo horroroso que son, la gente prefiere
evitar saber de ellos. ¿Por qué deberíamos conceder algo de atención a estos dramas en
los que están inmersas familias desechas?

—Porque a todos nos puede pasar. Hemos comprobado que las corporaciones policiacas o
militares, detuvieron a personas y ya no aparecieron. Eso quiere decir que podemos ir a
cualquier parte de la república y en un retén nos detienen y no tenemos seguridad de que
vayamos a volver a casa.

Otra tenemos a Guanajuato que era tan pacífico, cultural y ahora hay un recrudecimiento
tal que los choferes que cruzan sus carreteras saben que no deben hacer paradas ahí por
lo grave de la situación de inseguridad.

La delincuencia ha evolucionado. Cada vez se dispone de una manera más atroz de los
cuerpos. Antes era el homicidio, luego empezó el fenómeno de la desaparición, pero luego
vino el exterminio del cuerpo: los disolvían, los calcinaban.

Hay un cúmulo de múltiples violencias. Involucra la violentación del derecho a la libertad,
a la vida, a la integridad personal y al reconocimiento de la identidad personal.

Cuando se desaparece a alguien se extiende en el tiempo esa situación de violencia.

¿Cuáles son las preguntas que se hacen quienes buscan a un ser querido desaparecido
y no lo encuentran, pero siguen buscando?

—No sé si alguien se haya puesto a pensar la cero cooperación de las autoridades en la
búsqueda de las personas o hasta cuándo la desaparición forzada va a ser un delito que
empiece a ser castigado, cuantas décadas o cuántas víctimas tienen que pasar para que
realmente el Estado se organice con estrategias efectivas o hasta cuándo va a llamar a
hacer alianzas entre las mismas organizaciones, corporaciones o instituciones para
trabajar en conjunto empezar a hacer los registros adecuadamente o dar la atención.
Ya existe la ley de desaparición forzada. Entró en vigor desde 2018 y parece que no ha
tenido gran significado.

—¿Los perpetradores son los mismos de siempre o hay nuevos perpetradores? ¿las
víctimas de las desapariciones de hoy tienen las mismas características de las
desapariciones de hace 10 años o 20 años?

—El fenómeno de la desaparición comenzó hecho por el mismo gobierno, cuando
desaparecía a sus enemigos políticos, a los disidentes, a gente que no opinaba igual.
Después el crimen organizado empieza a tomar esta forma y se agudiza después de la
guerra iniciada contra el narco. No fue solo entre carteles, sino a quien se atravesaba.
—¿En México hay una política pública para atender este problema?

—Está la ley General en materia de Desaparición, pero su implementación no es efectiva.
Falta mucho para que haya cooperación entre federación y estados, entre fiscalías, entre
autoridades estatales. Falta la consolidación institucional y falta voluntad en las prácticas.

—¿Las consecuencias de no atender este problema lo padecen solo los que tienen la
mala fortuna de padecerlo de manera directa?

—Lo estamos padeciendo todos. Estos son signos de que somos una sociedad enferma. La
desaparición no es para nada normal, que haya tantas fosas clandestinas, tampoco es
normal. Hay casos que nunca se han cerrado, desde los desaparecidos de Tlatelolco, los de
Ayotzinapa, los de San Fernando…

¿A esta sociedad enferma, también le ha tocado atenderla a las madres y a las
mujeres?

—Sí. Las mujeres, a razón de que hay una silla vacía, a razón de que no duermen, a razón
de que no comen, de que no pueden cerrar esa herida, a razón que les duele todo, no les
queda más que agarrar una pala un pico, juntarse una con otra y salir a buscar.
Si el aparato burocrático no castiga, el mensaje que manda es que se puede volver a
hacer.

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