La llegada de la inteligencia artificial al público general ha supuesto el comienzo de un debate sobre si es posible que este sistema automático sustituya a la inteligencia humana.
Por Eva Aladro Vico / The Conversation EL ECONOMISTA
Múltiples autores, de Noam Chomsky a los filósofos epistemólogos, plantean una serie de dudas sobre este asunto: Chomsky detecta en ella la banalidad del mal de la filósofa Hannah Arendt, y otros consideran que no tiene capacidad para los juicios abductivos de nuestra mente, es decir, para la generación de nuevas lógicas en el progreso inesperado de la racionalidad.
Muchos autores piensan que esta “inteligencia” está lejos de ser creativa, no es generativa, aunque sea capaz de producir textos nuevos en apariencia. Pero realmente, ¿qué diferencia la inteligencia artificial de la inteligencia humana, a secas?
Seleccionar, combinar y comparar
Los autores que estudian la inteligencia compositiva o sintética, que es la que puede generar nuevas ideas, tienen establecido que el cerebro humano que procesa información de modo inteligente y creativo realiza tres actividades diferentes:
- Combinación selectiva: uniendo y combinando piezas informativas de modos específicos. Permite innovar cambiando el orden de los elementos, y muchas invenciones son resultado de una combinación o asociación innovadora, como la visión de la doble naturaleza del electrón.
- Comparación selectiva: proyectando cadenas de asociaciones sobre nuevos contextos, para observar los paralelismos, es decir, realizando analogías y proyecciones metafóricas. Permite establecer paralelismos y lanzar hipótesis de unos campos a otros. Por ejemplo, ver la estructura molecular como una escalera de caracol o la del núcleo de un átomo como un pequeño sistema solar, comparaciones selectivas que generaron cruciales avances en el conocimiento.
- Codificación selectiva: sintetizando, eliminando y puliendo las estructuras hasta que pierden ambigüedad y la información superflua. Este es el principio crucial en los avances inventivos y creadores en todos los campos. Por poner un ejemplo sencillo: Rembrandt renunció al uso de la gama del color azul en sus pinturas para potenciar la expresión con los otros colores; o Frank Capra recomendaba siempre eliminar rollos de película filmada para mejorar la calidad del conjunto.
La inteligencia artificial usa toda la información que nosotros mismos volcamos a la red, realiza comparaciones y constantes combinaciones de elementos, siendo capaz de rastrear y presentar composiciones de cualquier tema o texto. El parecido con las operaciones creativas existe, pero hay una diferencia radical. ¿Cuál es?
Forma, elegancia y estética
El matemático francés Henri Poincaré llegó a la conclusión de que el acceso al conocimiento innovador no era una operación mecánica, ni tampoco provenía de la lógica racional. Acceder a una idea nueva, decía, era un “sentimiento de la forma” de esa innovación.
Según explica en su obra Ciencia y Método, cuando descubría soluciones en su búsqueda de avances matemáticos, experimentaba una impresión de forma, que iba inexorablemente unida al descubrimiento, y de cuya captación dependía el posterior desarrollo de todo el avance.
Dicha experiencia podía considerarse estética, y Poincaré llegaba a experimentar la elegancia de la resolución de un problema matemático. ¿Qué quería decir Poincaré?
Salto al futuro
Los autores que estudian la inteligencia creadora efectivamente registran la paradoja de que cuando se crea una innovación en cualquier campo, se “saca de la nada” un conocimiento que antes no existía. Esta operación no puede generarse de modo automático, ni sistemático. Lo que hay en la invención creadora es un “salto al futuro” mediante un lenguaje nuevo, como explicaba Antoine de Saint Exupéry en sus Cuadernos.
Según Saint Exupéry, la relación entre elementos, que es anteriormente impensable e improbable, se construye mediante el lenguaje. Y esta operación es un fenómeno que los creadores ven ligado a la visión repentina de una forma, composición o estructura nuevas. Una vez se expresan y son compartidas, cambian radicalmente nuestra realidad. Pero no podemos planificar su aparición porque pertenecen al futuro que ellas mismas van creando.
El lenguaje cambiante
Sólo mediante un lenguaje capaz de combinaciones infinitas de elementos finitos, que puede romper sus propias normas y establecer o moldear nuevos elementos, es posible que se produzcan estos saltos.
Según Poincaré y Saint Exupéry, entonces, la invención no es algo que resulte del compendio automático, ni del resumen de un conjunto profuso de datos, ni siquiera de la experiencia de aprendizaje previo. Se trata de algo diferente que está relacionado con un uso “disruptor” de los lenguajes y los códigos.
Cuando un creador, un investigador o un científico innovan, no siguen patrones de uso habitual ni compilan la información universal. Su selección de elementos puede ser completamente inexplicable. Puede que incluso desconozcan información básica, y ello precisamente les sirva para innovar. Las analogías con las que trabajen pueden escapar de toda plausibilidad, pero sin embargo, serán como las de Galileo, imprescindibles. Y sus síntesis creativas seguramente serán al mismo tiempo nuevas y asombrosamente adecuadas. Ello forma parte del avance en el conocimiento, que no puede ser automatizado ni fabricado.
En una muy reciente investigación, precisamente sobre el declive de la expansión científica,, se percibe la desaparición significativa del uso de lenguajes disruptores en todos los campos del avance científico humano.
Trabajar con lo ya sabido
La inteligencia artificial no puede generar información nueva ni usar el lenguaje para generar nuevos pensamientos jamás concebidos por los seres humanos, porque su base de trabajo es lo “ya sabido”, lo ya existente, la información universalmente compartida en la red.
Es un excelente medio para procesar o difundir lo ya sabido, pero no para pensar lo nuevo. Está férreamente atada al pasado, y sus estructuras y códigos repiten y reiteran lo existente, lo previo.
Estos sistemas pueden ayudar muchísimo para liberar a los informadores de tareas poco creativas e incluso puede que obligue a los profesionales a hacer algo más que repetir como loros la información convencional de fuentes ya conocidas.
Si aprendemos a distinguir entre inteligencia artificial e inteligencia creadora quizás podamos también aprender con ello que muchas de las formas de comportamiento que hoy consideramos inteligentes no son más que simples ejercicios de redundancia, superficialidad e incluso estupidez. La inteligencia artificial puede enseñarnos esto, al menos.
Eva Aladro Vico, Catedrática de Teoría de la Información, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.