Por Alejandro Macías
Alejandro Macías es médico infectólogo, catedrático de la Universidad de Guanajuato, investigador nivel 3 del Sistema Nacional de Investigadores y excomisionado para la influenza en México.
El mundo se enfila hacia el final del segundo año de la pandemia de COVID-19, la cual hubiera sido mucho peor si no contáramos con vacunas contra este coronavirus. Con la llegada de nuevas variantes como ómicron, ¿deben las autoridades de salud de todos los países optar por las dosis de refuerzo? Ante la luz de lo que sabemos, la respuesta es sí
El tiempo récord en que se desarrolló la vacuna contra el SARS-CoV-2 pasará a la historia como un hito: menos de un mes después del descubrimiento del virus, científicos de China habían ya publicado su secuencia genómica y se diseñaban las vacunas que podrían prevenir la enfermedad.
Los primeros informes de efectividad señalaron que casi todas las vacunas podían prevenir los cuadros de COVID-19, y también debutaron técnicas de producción nunca vistas. Por ejemplo, la vacuna Pfizer-BioNtech, con la nueva tecnología de ARNm, tenía una eficacia cercana a 100% para prevenir la enfermedad; hubo resultados semejantes para la vacuna ARNm de Moderna.
Ante esos resultados, supusimos que no sería difícil alcanzar la “inmunidad de rebaño” —dos tercios de la población—, que es capaz de parar en seco una enfermedad infecciosa. Poco después, sin embargo, se conocieron los resultados de las vacunas de AstraZeneca/Oxford y Johnson & Johnson/Janssen y fue evidente que en estas, que se habían ya enfrentado contra variantes más evolucionadas del SARS-CoV-2, la eficacia contra enfermedad grave parecía buena, pero no así para los cuadros leves.
Con las variaciones, el virus lograba transmitirse con más facilidad e infectar a quienes ya se habían enfermado previamente o se habían vacunado. Es decir, en relación con el virus “fundacional”, algunos linajes de SARS-CoV-2 habían descubierto grupos de mutaciones que los hacían más transmisibles y evasivos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) les llamó “variantes de preocupación” (variants of concern) y las designó con letras griegas: alpha (descrita primero en el Reino Unido), beta (Sudáfrica), gamma (Brasil) y delta (India). Hoy, nos enfrentamos a ómicron.
En las nuevas variantes la inmunidad resulta menos eficaz y por ello países que habían apostado por vacunar pronto e ir de inmediato a una nueva normalidad, sufrieron brotes graves e incremento de enfermos hospitalizados que ya habían sido vacunados. Algunos estudios mostraron que, cuando la gente vacunada se infectaba, podía también propagar la enfermedad.
La variante más formidable conocida es la delta pues aún falta investigar más la ómicron, aunque la OMS ya señaló que representa un “riesgo muy alto” y podría tener el potencial para desplazar a la variante delta e iniciar nuevos brotes en todo el mundo.
Ante las variantes, los esquemas planeados originalmente tuvieron que modificarse para incluir dosis adicionales de vacunas o, eventualmente, aplicaciones de nuevas vacunas dirigidas específicamente contra las nuevas variantes. También, vacunar a jóvenes y niños para incrementar la inmunidad de grupo.
El problema es que las vacunas contra COVID-19 han tenido una disponibilidad inequitativa y por ello, mientras las autoridades de países como Estados Unidos ya están pidiendo a sus ciudadanos adultos que se apliquen un refuerzo, en muchos otros aún ni siquiera avanza la vacunación de la población con mayoría de edad.
Por ejemplo, en México aproximadamente 50% de la población está completamente vacunada. El presidente Andrés Manuel López Obrador señaló el 23 de noviembre que “se va a analizar la vacuna de refuerzo en algunos casos, sobre todo para adultos mayores, pero eso todavía lo tienen que decidir los especialistas”.
¿Es imperativo aplicar refuerzos de las vacunas actuales en todos los países? Parece haber poca duda hoy entre los especialistas: la mayoría habremos de necesitar una dosis de refuerzo de la vacuna después de entre dos y seis meses de la última aplicación. Sin embargo, también es claro que sería más redituable hoy, desde el punto de vista de la salud global, que los cientos de millones de adultos del mundo que no han recibido ni su primera dosis, la obtuvieran antes de pensar en revacunaciones.
El 24 de noviembre, la OMS envió un comunicado que señala: “Como cuestión de equidad mundial, mientras muchas partes del mundo se enfrentan a una escasez extrema de vacunas, los países que han logrado una alta cobertura de vacunas en sus poblaciones de alto riesgo deben priorizar el intercambio mundial de vacunas a través del mecanismo COVAX, antes de proceder a la vacunación de niños y adolescentes que tienen un riesgo bajo de padecer una enfermedad grave».
Más allá de la geopolítica sanitaria, los estudios confirman una disminución sustancial de la efectividad de las vacunas contra las hospitalizaciones y la muerte por COVID-19. Los datos de Israel muestran un aumento significativo de infecciones y hospitalizaciones luego de aproximadamente seis meses después de la segunda dosis de vacuna Pfizer/BioNTech. La aplicación de una tercera dosis fue capaz de restaurar la protección en todos los grupos de edad.
Recientemente, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) estadounidenses han recomendado que los refuerzos se apliquen ya a todos los adultos, y no solo a personas vulnerables o de edad avanzada.
El problema es que en el mundo se han aplicado ya masivamente más de 10 vacunas diferentes. Algunos países usaron solo de un fabricante mientras que otros, como México, tuvieron que negociar en condiciones difíciles de mercado ocho diferentes. Eso hizo posible ampliar la cobertura, pero tuvo dificultades logísticas para aplicar las segundas dosis.
Ante ello, la población empezó a hacer todo tipo de combinaciones; por estas evidencias empíricas sabemos que las combinaciones “heterólogas” parecen seguras y, al parecer, la seguridad es tan buena —o incluso mejor— que su uso homólogo. Se ha estudiado, por ejemplo, que la combinación de AztraZenca con Pfizer/BioNTech funciona bien y que las tres vacunas que se usan en Estados Unidos (Moderna, Pfizer/BioNTech y Johnson & Johnson /Janssen) pueden combinarse con seguridad y eficacia. Habrá que esperar estudios con revisión de pares y nos falta mucho por saber sobre estas combinaciones, pero parece que son seguras.
Mientras esperamos información crucial sobre el comportamiento de la variante ómicron en las siguientes semanas, debemos mantener las precauciones y el mensaje: la pandemia de COVID-19 está lejos de terminar, aún debemos usar cubrebocas en espacios públicos cerrados, evitar tumultos, ventilar nuestros hogares y recintos cerrados; así como vacunarnos en cuanto nos sea posible, con la vacuna que nos corresponda, y aprovechar las campañas de revacunación en cuanto haya la oportunidad.
Tomado de https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2021